Aristóteles y su Política para la educación ciudadana

Cuestiones previas: la educación ciudadana en el currículum chileno

Durante las últimas dos décadas, la literatura especializada ha estado casi transversalmente de acuerdo en torno a la importancia de la formación ciudadana para la educación formal de las futuras generaciones. Eventualmente, el currículum prescrito por el Ministerio de Educación chileno (MINEDUC) escuchó las exhortaciones de los expertos, y en 2020 incorporó al plan de estudios la asignatura de Educación Ciudadana (Decreto 496 exento, 2020). Conocido lo anterior, cabe preguntarnos, ¿cuál es el estado de los conocimientos enseñados en la educación para la ciudadanía en Chile?

Para resolver esta cuestión, consideremos la siguiente premisa a la cual suscribimos: que todo conocimiento no parte sino de la pregunta, y que la pregunta es hija de la curiosidad y la problematización. Sabido esto, podemos abocarnos a consultar si la flamante Educación Ciudadana del currículum chileno considera a la pregunta como punto de partida para la reflexión ciudadana. La respuesta es, en mayor medida, negativa. 

Antes de explicar la razón detrás de esta respuesta negativa, establézcase la siguiente tipología de fines u objetivos de las ciencias y conocimientos en general:
  1. Fin prescriptivo, cuando se pretende establecer y comunicar reglas para la acción, cual receta médica.
  2. Fin descriptivo explicativo, cuando se pretende conocer y comunicar las características y causas de su objeto de estudio.
  3. Fin deliberativo-reflexivo, cuando además del segundo punto, también se aspira a sopesar las ventajas y desventajas, las posibilidades y amenazas, y los argumentos y contraargumentos de su objeto de estudio, con el fin de orientar la acción.
Sabido esto, afirmaremos con convencimiento que el programa de estudios de la asignatura que estamos estudiando aspira, más bien, a un fin de tipo prescriptivo, aunque sin perjuicio de objetivos descriptivos y explicativos. Para probar nuestro punto, examinemos los propósitos de la asignatura de Educación Ciudadana establecidos por el MINEDUC:

La asignatura Educación Ciudadana tiene por objetivo desarrollar un conjunto de conocimientos, habilidades y actitudes para que los estudiantes conozcan el sistema democrático y se desenvuelvan en él, participando en forma activa y corresponsable en la construcción de una sociedad orientada hacia el fortalecimiento del bien común, la justicia social y el desarrollo sustentable [...] considerando la importancia del diálogo en una sociedad plural y el respeto por los derechos humanos (Unidad de Currículum y Evaluación, 2019: 54-55).

Así, para el currículum prescrito el estudiante ha de conocer qué es la democracia (conocimientos), saber cómo participar en democracia de manera respetuosa y responsable (habilidades), así como valorar tanto el concepto de democracia como la participación de ella, en pro del bien común y la justicia social (actitudes). No olvidemos tampoco, que debajo de todo ello subyace la noción de conocimiento, respeto y valoración de los Derechos Humanos.

Nada de esto es nocivo en sí para la formación de ciudadanos. Conocer qué es la democracia y los Derechos Humanos, aprender a participar en ellos, y valorarlos como fundamentos de la vida en una sociedad plural y diversa; todo ello está bien. No obstante, una serie de dudas nos asaltan al examinar estos y otros principios orientadores del currículum prescrito. ¿Quién dijo que la democracia es el mejor sistema de gobierno? ¿Se me consultó en algún momento si prefiero la democracia a la autocracia? ¿Se me interrogó si quiero votar y participar? De hecho... ¿quién dijo que participar es importante y por qué debería creerle? ¿Qué pasa si prefiero ocuparme nada más que de mis asuntos privados? ¿Alguien tiene derecho a criticarme por eso? ¿Y de dónde salieron esos supuestos Derechos Humanos y por qué se habla de ellos como si fuesen sacrosantos? ¿Acaso se los entregó Dios a un Moisés moderno? 

¿Bastarán los lineamientos del currículum prescrito de Educación Ciudadana para convencer al niño que no cree ni en la democracia ni en los Derechos Humanos? Porque este y otros niños similares existen, y no son pocos. Y adultos también, puesto que así lo demuestran los niveles de desconfianza en la democracia. El propio currículum considera a la desconfianza popular en la democracia como uno de los mayores riesgos para su existencia, y por ello recomienda su abordaje en clases. Queda justificada así la relevancia de nuestra indagación.

Figura 1. Nivel de confianza en la democracia países latinoamericanos (Latinobarómetro, 2023)

Podría decirle un profesor a su alumno incrédulo: "Es que tú no entiendes, la democracia es el mejor sistema para regirnos. Mira, vota en la elección del centro de alumnos de la escuela para que veas lo importante que es participar. ¿Que las cosas no cambiarán mucho? Bueno, puede ser. Pero al menos ejerciste tu deber y derecho 'ciudadano'. ¿No ves lo linda que es la democracia?". ¿Serán suficientes esas palabras? Pensamos, sin satisfacción alguna, que no. Pero si nos adentramos de manera más profunda en el problema, quizá podamos llegar a alguna solución; la intención es, siguiendo la tipología establecida, deliberar y reflexionar sobre la democracia y la ciudadanía.

Política para la formación ciudadana del siglo XXI

Amor y crítica no son excluyentes, sino codependientes

Uno de los contenidos (conocimientos) que la literatura señala como propios de la formación ciudadana es la comprensión de los conceptos de Estado de derecho e imperio de la ley (Muñoz, 2016). Y sin embargo, Condorcet, en su Informe a la Asamblea Nacional (1792) nos dice acerca de ello que

Nadie puede amar las leyes si no las puede criticar[1].

En efecto, la mejor manera de aceptar y valorar las leyes es habiéndolas sometido a un juicio crítico, independiente y reflexivo en primer lugar. Y si esto es así, añadiremos entonces que tampoco sería posible amar y respetar a la democracia si no se la critica primero[2]. Así las cosas, no parece quedar más remedio que meditar en torno a la democracia y a las leyes en vistas de esclarecer los problemas aquí planteados. Hagámoslo, pues.

La crítica clásica a la democracia

Figura 2. Aristóteles. Copia romana en mármol del original de Lisipo. 
Palazzo Altemps, Roma (Wikimedia Commons). 

Volvamos a nuestra premisa teórica inicial, a saber, que todo proceso de indagación nace de la pregunta. Esto es pertinente porque en su Política, Aristóteles, para poder dilucidar cómo vivir bien en comunidad inicia sus investigaciones a partir de interrogantes como las siguientes: ¿Cuál es el mejor sistema de gobierno? ¿Quién debe tener la soberanía (uno solo, unos pocos, o muchos)? ¿Qué hace a un gobierno ser bueno, y qué lo hace ser malo? ¿Es mejor que gobierne la mejor ley, o el mejor hombre? Estas preguntas son todas trascendentes para todo ciudadano y sociedad; razón suficiente abordarlas en clase con nuestros estudiantes.

Y bueno, ¿quién debiese tener el poder político (soberanía)?, y por extensión, ¿cuál es la mejor forma de gobernarnos? En la sociedad actual, si un estudiante o ciudadano plantea esas preguntas el profesor quizá las tomaría por innecesarias y obvias. "El pueblo es el soberano, así lo dice la constitución, y por ende el mejor sistema de gobierno es evidentemente la democracia" diría el profesor. Pero si la respuesta fuera tan obvia, ¿cómo es que le tomó tanto tiempo (dos mil años, a lo menos) a la humanidad recuperar la experiencia democrática ateniense? Si la democracia fuese buena por ser el gobierno de la mayoría (o sea, por su misma definición), entonces Platón, al representar a Sócrates dialogando con Protágoras, no habría tenido la necesidad de expresarse en los siguientes términos:

En efecto, yo opino, al igual que todos los demás helenos, que los atenienses son sabios. Y observo, cuando nos reunimos en asamblea, que si la ciudad necesita realizar una construcción, llaman a los arquitectos para que aconsejen sobre la construcción a realizar. Si de construcciones navales se trata, llaman a los armadores. [...] Pero si hay que deliberar sobre la administración de la ciudad, se escucha por igual el consejo de todo aquél que toma la palabra, ya sea carpintero, herrero o zapatero, comerciante o patrón de barco, rico o pobre, noble o vulgar; y nadie le reprocha, como en el caso anterior, que se ponga a dar consejos sin conocimientos y sin haber tenido maestro (Platón, 1980: 319a).

El argumento platónico contra la democracia es sencillo en su lógica, y sin embargo decidora a su vez. Si el abogado es la autoridad eminente en derecho, el médico en medicina, y así, ¿por qué alguien sin conocimientos puede decidir qué es lo mejor para la comunidad? ¿Bastará el hecho de que tenga dieciocho años y sea miembro de la nación? Para la ley al menos, sí basta. Llevemos el argumento a un caso extremo, mas no hiperbólico puesto que es real: si el pueblo alemán eligió democráticamente a Hitler... ¿cómo confiar en el buen juicio de la mayoría? Asiéndonos de su más ilustre aprendiz, hagamos el intento responder a Platón y su crítica a la democracia[3], no sin antes invitar al lector a que tome el rol de Protágoras y, con sus conocimientos e ideas previas, le responda a Platón, sea mentalmente o escribiéndolo.

Democracia: razones para criticarla (y amarla)

Figura 3. Tipos de gobierno (elaboración propia en base a Aristóteles, 1988: III 7, 3-5) 

Aristóteles declara que el buen gobierno no depende de quiénes tengan la soberanía, sino de cómo la utilizan. Como puede verse en esta célebre tipología, los regímenes correctos son aquellos en los que los soberanos gobiernan en pro de la comunidad, mientras que en los regímenes degenerados el gobernante (sea este uno, unos pocos, o muchos) atiende a su propio interés. En otras palabras, si el monarca atiende al interés común, su monarquía no tiene por qué ser inherentemente ilegítima, y será con certeza más legítima que la democracia en la cual la mayoría gobierna de manera tiránica. Nos queda claro, así, que la democracia no puede ser buena por el mero hecho de ser el gobierno de muchos[4].

1. Pero el problema no acaba allí. No existe demasiada dificultad en identificar el problema de la legitimidad y superioridad que se arroga a sí misma la democracia, pero la interrogante sobre el mejor gobierno sigue en pie. ¿Acaso cualquiera de los tres gobiernos rectos son factibles para una sociedad n? No es tan así. En primer lugar, Aristóteles señala que el buen gobierno de uno solo o de unos pocos tiene más posibilidades de ser corrompido que el gobierno de la mayoría (1988: III 15, 8). Según este argumento, por razones matemáticas el pueblo sería más difícil de corromper que el monarca y que los aristócratas. Primer punto a favor del sistema republicano de gobierno. 

2. En respuesta al argumento platónico de que la democracia es más bien el gobierno de las masas ignorantes en el arte de gobernar, Aristóteles plantea también algunos puntos de interés. En específico, el estagirita arguye que si bien un individuo del pueblo puede no estar instruido en el buen gobierno, si juntamos a muchos de estos individuos hasta formar al pueblo en su conjunto este sí puede llegar a buenos juicios, y que

Por eso precisamente Solón y algunos otros legisladores les encargan [al pueblo la responsabilidad] de las elecciones de magistrados y de la rendición de sus cuentas, pero no les permiten ejercer individualmente el poder. Pues todos reunidos, tienen suficiente sentido, y mezclados con los mejores [aquellos con más ciencia y virtud], son útiles a las ciudades [...]. Pero cada uno por separado es imperfecto para juzgar (1988: III 11, 8-9). 

En términos coloquiales, Aristóteles cree en el refrán de que dos cabezas piensan mejor que una, y que dos ojos ven mejor que uno, y dos oídos escuchan mejor que uno solo... Esta analogía no es gratuita, puesto que la misma experiencia histórica muestra cómo los monarcas aqueménidas, pese a blandir el poder de forma absoluta y autocrática, tenían a su disposición servidores burocráticos conocidos como los "ojos y oídos" del rey. En este caso se vuelve a recurrir al razonamiento matemático para aducir en favor del (recto) gobierno de los muchos. Puede ello parecernos extraño, porque ¿se puede sumar aritméticamente el juicio imperfecto de muchas personas y así superar el juicio de una o unas pocas personas, pero que está más cercano la verdad? De forma intencional ignoraremos esta disyuntiva de carácter cuantitativo, para darle atención a un razonamiento más cualitativo. 

3. Unas líneas más abajo, Aristóteles indica que el juicio, sea cual sea la materia, ciencia o arte en la que se realice, no es solo cosa de expertos sino también de "aficionados" o "instruidos" (πεπαιδευμένος). Bastaría así que el pueblo esté iniciado, a la manera de un neófito o aficionado, en las materias de gobernanza para tener el legítimo derecho democrático de decisión y deliberación (1988: III 11, 10-11). Y continúa por el mismo andar, cuando sostiene que 

Apreciar una casa no es sólo propio del que la ha construido, sino que la juzga incluso mejor el que la usa (y la usa el dueño); y un piloto juzga mejor un timón que el carpintero, y un banquete el invitado y no el cocinero (1988: III 11, 14).

Este discurrir es particularmente interesante. Reemplacemos la palabra "casa" por la de nación, comunidad, ciudad, polis, etc., y la noción de dueño por la de ciudadano y poblador. En efecto, ¿quién mejor que el miembro de las clases medias y bajas para juzgar el estado en el que se encuentra el país, puesto que es él, y no el legislador, el que forma parte de la experiencia común y mayoritaria? Una crítica común a la democracia representativa (y más aún a los órganos legislativos propios de las monarquías y las aristocracias) es que los legisladores lo hacen desde sus torres de marfil, sin conocimiento de los problemas que aquejan a la población. 

Con Aristóteles, sabemos que el pueblo no es una masa inerte, un ganado analfabeto e inculto: aun sin conocimientos científicos en politología, economía, derecho, etc., en resumen, aun no estando llena de estadistas, la ciudadanía puede en su conjunto ser capaz de percibir y conocer los problemas que la aquejan, y darse cuenta cuando algo está mal. Quitarle al pueblo el derecho de deliberar sería pues no solo un daño a las clases más bajas, sino a la totalidad de la sociedad, porque se estaría perdiendo e ignorando un saber que beneficiaría al bienestar público. Este tercer punto es, a nuestro juicio, de relevancia clave para la república y los demás sistemas de gobierno. Primero, porque justifica la existencia de una educación formalizada y dedicada para la ciudadanía, y segundo, porque desmonta la lógica aristocrático-oligárquica contra la democracia, y a la cual Carlos Vicuña Fuentes recurrió al tomar la palabra en la Asamblea Constituyente de Chile de 1925: 

Me parece más práctico y eficaz concebir con la cabeza las instituciones de la República [...] y no con las vísceras [...]. Es necesario que alguien en Roma piense y actúe por la enorme muchedumbre que no piensa ni actúa (Salazar, 1988).

4. Volviendo al fragmento aristotélico del segundo punto, no se puede dejar pasar la mención a la rendición de cuentas (accountability). Es claro que cuando la soberanía es detentada por una o pocas personas y cuando el pueblo no participa de ella, la rendición de cuentas se hace más complicada. ¿Quién va a detener al rey cuando abusa de su poder, si nadie más que él tiene poder político, militar y económico? Cuarto punto a favor.

Para cerrar: criticar a la democracia... en clave democrática

Nuestro sabio griego plantea que existe una situación específica en la cual la monarquía es deseable: cuando un individuo y su familia (sobre todo su progenie) se caracterizan por tener un alto grado de nobleza, virtud y ciencia, es decir, que son aptos más que nadie en la sociedad para gobernar, y en cuyo caso nadie más que ellos tendrían el legítimo derecho a la soberanía (1988: III 17, 4-7). Pero más actualidad tiene una segunda razón para abrazar un gobierno fuerte y autocrático, la cual parece tener asidero en Chile y Latinoamérica en general, si recordamos la Figura 1

Hablamos del supuesto poder de las autocracias autoritarias para mantener el orden público y neutralizar elementos que puedan contaminar el edificio social: delincuencia, narcotráfico, crimen organizado, sedición, etc. Pareciera ser (y esto es una conjetura) que una parte no menor de las ciudadanías latinoamericanas aceptarían una institución análoga a la del dictator romano, quien era dotado de poderes extraordinarios por los cónsules cuando la institucionalidad y sociedad republicanas se encontraban en serio peligro. Y a este propósito, no podemos olvidar que el último dictador romano se nombró a sí mismo dictator in perpetuum, invistiéndose, en realidad, con poderes plenamente monárquicos en todo aspecto excepto el nombre. Si el lector no conoce quién fue ese dictador, lo invitamos a indagarlo por sus propios medios. Seguro que conocerá al hombre en cuestión.
 
Pero incluso si aceptamos estos dos argumentos pro-autocráticos, es menester traer a colación los cuatro puntos analizados en el capítulo anterior. Realizando esa operación veremos que, a menos que los autócratas o aristócratas tengan características divinas (ser omniscientes, incapaces de corrupción...), toda monarquía/autocracia y toda aristocracia puede sufrir por:
  1. tener gobernantes más vulnerables a ser corrompidos por toda clase de vicios;
  2. no considerar la pluralidad de ideas, perspectivas, y opiniones que sí podría tener la república/democracia y que pueden contribuir al bienestar público;
  3. estar en peligro de gobernar y legislar desde la torre de marfil, desconociendo la situación y los conocimientos propios del pueblo; y por
  4. ser mucho más difíciles de controlar, juzgar y fiscalizar que la república/democracia, dado que la soberanía está en pocas manos.
No hemos agotado ni de cerca los problemas que la democracia plantea en la clase de educación ciudadana. Quedan asimismo pendientes de diseccionar otros conceptos clave de la formación ciudadana y que mencionamos más arriba (ciudadanía, participación, Derechos Humanos). Pese a todo ello, esperamos de la mano de Aristóteles haber espoleado una meditación en torno a y en democracia, o para ser más precisos, haber esbozado junto al lector algunas razones para convencer a nuestro ciudadano escéptico a criticar a la democracia, pero no con ánimos de hacer una apología a los autoritarismos, sino en clave democrática.

Notas

[1] Tristemente no se encuentra en internet la fuente original de esta cita, y por ello hemos tenido que remitirnos a una fuente secundaria (Böhm y Schiefelbein, 2008: 178).
[2] ¿Se puede amar cosa alguna (padres, pareja, arte, etc.) sin que pueda criticarse? Si la respuesta es que no, irónicamente el ilustrado francés nos habrá ayudado a formular a una ley en sí misma.
[3] Un ejercicio muy interesante puede ser que nuestros estudiantes intenten argumentar a favor o en contra de este argumento platónico antidemocrático, solo usando sus ideas y conocimientos previos.
[4] A partir de este punto usaremos de forma intercambiable los términos "república" (πολιτεία) y "democracia" (en el sentido moderno de la palabra) en tanto que referentes al buen gobierno de la mayoría. Sin embargo debe quedar constancia, como se aprecia en la tabla anterior, que Aristóteles llama "democracia" a la tiranía de la mayoría.

Referencias bibliográficas

Aristóteles (1988). Política. Gredos.

Böhm, W., & Schiefelbein, E. (2008). Repensar la educación. Diez preguntas para mejorar la docencia. Andrés Bello.

Decreto 496 exento (2020). Aprueba programas de estudio de educación media, en cursos y asignaturas que indica. Ministerio de Educación de Chile.  


Muñoz, C. (2016). Formación ciudadana. En M. I. Picazo, V. Montero, y J. W. Simon (Eds.). Diccionario de ciencia política (pp. 129-134). Universidad de Concepción.

Platón (1980). Protágoras. Pentalfa. 

Salazar, G. (1988). Grandes coyunturas políticas en la historia de Chile: ganadores (previsibles) y perdedores habituales. Proposiciones, 16, 22-33. 

Unidad de Currículum y Evaluación (2019). Bases curriculares 3° y 4° medio. Ministerio de Educación de Chile. 

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